martes, 23 de noviembre de 2010

"Kapuscinski supo abrirnos los ojos acerca de mundos desconocidos"

Entrevista con Artur Domoslawski, autor de «Kapuscinski non fiction»

Día 18/11/2010 - 09.58h
El periodista Artur Domoslawski (Varsovia, 1967) se define a sí mismo como “discípulo y amigo” del gran reportero y escritor polaco Ryszard Kapuscinski, fallecido en 2007. “Kapuscinski non fiction”, la exhaustiva biografía que ha escrito tras tres años de trabajo sobre el autor de obras tan renombradas como “El Emperador”, “Ébano” o “El Sha” levantó una gran controversia en la Polonia natal de ambos por las revelaciones que hace sobre sus vínculos con el régimen comunista, su colaboración (al parecer inocua) con los servicios secretos y las licencias poéticas e inexactitudes que se tomaba en sus reportajes.
 
Recién publicado en España por Galaxia Gutenberg, es desde luego un relato apasionante de la vida y obra de un reportero al que le gustaba ponerse en el lugar de los más desfavorecidos y dar voz a quien no la tenía. Criticado desde algunos sectores por haberse atrevido a criticar al mito, Domoslawski, que esta semana ha presentado “Kapuscinski non fiction” en Madrid, dice que sigue admirando al que fuera su maestro, “más que antes. Ahora lo veo mas humano, menos monumental”
- ¿Por qué ha escrito este libro?
- Quise conocer mejor al hombre que ha marcado mi vida profesional, probablemente más que nadie. Quise entender su trayectoria vital, ver paso a paso cómo el niño Rysiek de una remota y olvidada ciudad del este de Polonia, un niño de la guerra, llegó a la cumbre, se convirtió en alguien famoso en todo el mundo. Quise comprenderlo de la manera más profunda posible, al menos en Polonia. Hoy día, cuando se habla tanto del “choque de civilizaciones” o de la “guerra contra el terrorismo”, o se cuestiona tanto al que es diferente, al Otro –como diría el propio Kapuscinski, poniendo Otro en mayúscula- sus ideas críticas sobre estos aspectos del mundo contemporáneo resultan más actuales y necesarias que nunca.
- ¿Era este el libro que imaginaba cuando pensó en escribirlo?
- Desde el principio imaginaba un libro que reflejara todas las facetas de su vida. ¡Y cuánta riqueza hay en el caso de Kapuscinski! También quería que fuera un libro que mezclara diferentes géneros periodísticos y literarios. Sin embargo, mientras estaba metido de lleno en el proceso de investigación y luego en la escritura no imaginaba hasta qué punto me adentraría en los recovecos de su biografía. Cuando uno conoce desde el principio el camino que va a recorrer y adónde va a llegar es más que dudoso que llegue a averiguar algo novedoso. Cuando no sabes cuál será tu destino puedes disfrutar de la libertad que da el viaje y quizá llegues a hacer algún descubrimiento.
- ¿Cuánto le costó hacerlo? ¿Qué fue lo más difícil?
- Me costó casi tres años de mi vida. Pero me temo que todo el debate que se ha suscitado en Polonia y en el resto del mundo me va a llevar mucho más tiempo y me va a proporcionar muchas emociones. Porque lo más difícil llegó después de que el libro fuera publicado. Resulta que cuando uno escribe algo que desborda los esquemas comunes de pensamiento se expone a los ataques de diferentes clanes intelectuales. Tratan de encasillarte y necesitas energía extra para defender tu trabajo. Le doy un solo ejemplo. En Polonia, en los últimos veinte años, era la derecha la que hablaba del pasado comunista de los personajes más relevantes de nuestra historia reciente. La derecha les acusaba de traidores o conformistas, sin hacer el menor esfuerzo por comprender su peripecia vital, la época en la que tuvieron que vivir. Los ajustes de cuentas con el pasado eran para la derecha una herramienta política en su lucha por el poder. Por el contrario, los círculos liberales y pos-comunistas temían enfangarse, querían evitar precisamente que la derecha sacara partido. En otras palabras, se retiraron –mejor dicho, nos retiramos- a causa de un suerte de chantaje moralista. Creo que era lo que había que hacer en el contexto de la “caza de brujas” que se desató en Polonia a partir de los años noventa y hasta los últimos años. Nos encontramos en otro momento y la utilización política del pasado ha dejado de ser rentable. Han pasado veinte años y ya basta. La gente está cansada de seguir preguntándose quién era quién durante el socialismo real. Ha surgido una nueva generación que carece de los prejuicios que marcaron a quienes vivieron bajo el antiguo régimen. Con esta nueva generación se puede hablar abiertamente sobre aspectos controvertidos del pasado, están más interesados en comprender que en condenar. ¿Por qué no empezar entonces a hablar acerca de ciertos asuntos espinosos sin caer en una “caza de brujas”? Hablando así, sin miedo y abiertamente, neutralizamos la utilización del pasado como arma política. Además, creo que se puede hacer un juicio más justo de todo el período del socialismo real sin que eso signifique justificar crímenes ni graves errores. Cuando en mi libro hablo por ejemplo de la ocasional colaboración de Kapuscinski con los servicios de inteligencia –¡una colaboración que, conviene resaltarlo, no perjudicó a nadie!– algunos se escandalizan o confunden las cosas. Hay quien se indigna y dice, "¿por qué hablas de eso? ¿No sería mejor guardar silencio? ¡Eso no tenía la menor importancia!". Por su parte, los columnistas de derechas, dicen: "Miren, qué arrogante. No solo habla sobre la colaboración de Kapuscinski con los servicios de espionaje y no solo no lo condena, sino que además lo justifica. Por fuerza tiene que ser también un rojo". He tratado de aproximarme a las zonas de sombra de la manera más desprejuiciada, sin pensar en si gustaría o dejaría de gustar a los popes de las camarillas político-intelectuales. Y tengo que decir que a muchos lectores les ha gustado esta postura.
 
Enlace a la entrevista completa, muy recomendable.
 
Sin duda, estaremos esperando el libro y comentándolo. Kapuscinski siempre será un personaje muy influyente e interesante.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Humillados y Ofendidos

Mi libro favorito de Fiodor Dostoyevski.

Esta parte del libro, por la descripción y precisión en el detalle, es de mis favoritas:

¡Es portentoso lo que puede hacer un rayo de sol en el alma de un hombre!
Pero el rayo de sol se fue; el frío arreció y empezó a picar en la nariz; las sombras se adensaron; el gas de los almacenes y tiendas refulgía. Al pasar frente a la pastelería de Müller me quedé parado, como esperando algún acontecimiento, algo que presentía extraordinario y, efectivamente, en ese mismo momento pude ver en la acera de enfrente a aquel anciano con su perro. Recuerdo cómo se estremeció mi corazón bajo el peso de una sensación desagradable, sin poder explicarme por qué. No soy ningún místico, no creo en corazonadas ni en presentimientos y, sin embargo, me han sucedido cosas muy difíciles de explicar como fenómenos conocidos y naturales. Por ejemplo: ¿por qué la aparición de aquel viejo me pareció el anuncio de algo extraordinario? ¿Es que mi fiebre y malestar me hacían creer engañosas ideas?
El viejo se dirigía a la pastelería, se acercaba con paso lento, inseguro, descansando en sus piernas como en dos trozos de madera inarticulados, encorvado, hincando su bastón entre las piedras de la calle.
Nunca antes me había parecido una figura tan rara. Cuando me lo había encontrado en la casa de Müller, sólo me había producido una triste impresión. Su alta estatura, sus encorvados hombros, su cara de ochenta años, de aspecto cadavérico, su raído paleto, su sombrero redondo, todo abollado y roto, que podía contar muy bien con más de 20 años de servicio en su cabeza sin pelo - y que solamente conservaba en la nuca un mechón de ellos, no ya blancos, sino amarillos _ su movimiento de autómata, todo en él chocaba a quien le veía por primera vez.
Hacía raro efecto ver a aquel viejo superviviente, por así decirlo, sin tutela ni vigilancia y que parecía un loco fugado del manicomio.  Era de una delgadez infinita, incorpórea, un armazón de huesos y piel. Los ojos grandes y tiernos, rodeados de profundas ojeras, miraban siempre al vacío, sin parecer enterarse de lo que los rodeaba, y pude comprobar que aún poniéndome delante de él seguía andando como si nada obstruyera su camino, como si el espacio estuviera despejado. Los habituales concurrentes a la pastelería nunca se habían decidido a dirigirle la palabra, y él tampoco había interpelado nunca a nadie.
"¿Pero por qué irá a casa de Müller y qué tendrá que hacer allí?", pensaba yo, parado al otro lado de la calle y contemplándole a pesar mío. Algo de enojo, consecuencia de la enfermedad y el cansancio, se apoderaba de mí.
"¿En qué irá pensando?", continué diciéndome para mis adentros. "¿Qué revolverá en su cabeza?, ¿Pero pensará siquiera algo?". Tenía una cara hasta tal punto muerta que había perdido toda su expresión. ¿Y también de donde habrá sacado a ese perro sarnoso que no se separaba de él, como si los dos juntos formaran un todo inseparable, y que tanto se le parecía?
Aquel desdichado perro parecía tener también ochenta años; sí, no tenía más remedio que tenerlos. En primer lugar por su aspecto cadavérico denotaba una ancianidad impropia de un perro, y además, ¿por qué a mi desde que lo vi por primera vez, se me ocurrió imaginar que era un perro extraordinario, que irremisiblemente debía tener algo de fantástico, de mágico, que acaso fuera una forma de Mefistófeles en forma de perro, y su surte, de alguna forma misteriosa, ignorada, estaba ligada la de su dueño? Nada más de verlo adivinabais que debían haber transcurrido veinte años desde la última vez que comió. Su delgadez era como la de un esqueleto o (¿qué más?) como la de su amo. El pelo lo había perdido todo, y el rabo, que le colgaba como un palo, siempre muy torcido, lo llevaba metido entre las piernas. Su cabeza, larga y flaca, siempre miraba al suelo. En mi vida había visto un perro tan repelente.
Cuando los dos iban por la calle - el amo adelante y el chucho detrás -, este le rozaba a aquel el hocico con los faldones del paleto, como pegado a ellos. Y su modo de andar y toda su facha parecían decir a cada paso: "¡Qué viejos somos, Señor, qué viejos somos!".

martes, 14 de septiembre de 2010

Gracias por el fuego, Mario Benedetti

Es mi primer mensaje y espero que no sea el último...
Es para recomendar "Gracias por el fuego" de Mario Benedetti.
Es mi primer contacto con este autor, siempre preferí a otros, como Dumas que he leído muchas de sus obras, o el mismo García Márquez o Julio Verne, siempre por un motivo u otro no lo leía.

Cuando encontré el libro en Soriana simplemente lo compre, después de leerlo descubrí que una joya valiosa sí puede costar 60 pesos, que fue lo que pagué por él. Estaba al lado de la basura de Dan Brown que es carísima.



En general es un libro que por el estilo de Benedetti se lee muy rápido, los personajes son de carne y hueso, nada extraordinarios, excepto Edmundo Budiño, padre del personaje central Ramón Budiño.
La de Ramón Budiño es una tragedia, no como las de Sófocles, sino una con la que muchos nos podemos identificar.
Durante gran parte de la historia Ramón no sabe qué hacer, no es un hombre de decisión, siempre se le siente como alguien que cambia cualquier determinación propia ante la negativa de un tercero. Finalmente para "redimirse de sus culpas" toma una decisión: matar a su padre, uno de los hombres más poderosos y corruptos de Uruguay.  Mientras se acerca al punto en que tiene que llevar a cabo su plan se sume a sí mismo en una batalla moral que a mí personalmente me terminó por enredar también. Es la clásica batalla entre el bien y el mal, pero Ramón justifica por todos los medios el asesinato de su padre como un acto de amor.  Este párrafo, que (como es mi mala costumbre) marqué sobre la hoja, es retrato fiel de esa batalla interna:

"Tengo que matarlo para recuperarme a mí mismo, para hacer de una vez por todas algo generoso, algo desprovisto de falso orgullo, de cálculo mezquino. Tengo que matarlo por el bien de todos, incluso por su bien. Serena, despiadada, conscientemente, debo preparar esta invasión de mi tranquila justicia sobre su crimen imperfecto. Para que el país tenga un descanso, para que yo tenga un descanso. Cerrar de un portazo la última ignominia. Y que todo se vuele: los papeles y los papelones, las condecoraciones y los prestigios, las mayúsculas y la oratoria. Con tanta hojarasca no sabemos de qué color es el suelo, donde están los pozos, donde el hormiguero, dónde el trébol de cuatro hojas, dónde la arena movediza. Tierra firme, por favor. Tengo que matarlo. Él es el asesino, no yo. Él es el asesino que arma mi mano, que no me deja escapatoria, que me obliga a salvarme, a no ser corrompido. Más exactamente, él es el suicida."

Si quieren saber si mata o no mata al padre, lean el libro. Es altamente recomendable.

Acá dejo un PDF de donde lo pueden tomar completo, si es que les gustan los formatos electrónicos, que para mi lo único bueno de ellos es que se ahorra papel y se cortan menos árboles, por lo demás, no les encuentro utilidad alguna.

Acá la liga para el e-book
http://www.librosgratisweb.com/pdf/benedetti-mario/gracias-por-el-fuego.pdf